Felipe García Quintero



Felipe García Quintero es un poeta y académico colombiano nacido en Bolívar, departamento del Cauca, en 1973. Ha publicado los libros de poesía Vida de nadie (1999), Piedra vacía (2001), La herida del comienzo (2005), Mirar el aire (2009), Siega (2011) y Terral (2013), además de ensayos y traducciones. Premio de crítica literaria Rafael Maya (Colombia, 1998), Premio Internacional de Poesía Encina de la Cañada (España, 1999), Premio Iberoamericano de poesía “Neruda 2000” (Chile, 2000) y Premio Nacional de poesía Eduardo Cote Lamus (Colombia, 2013). Actualmente reside en Popayán.





VIAJO EN UN TREN de veintiún vagones, conducido por
todos mis muertos. Miro a través del cristal roto de la ventana
una batalla de mariposas mutiladas por el cielo quemado de 
mis cinco años.


Converso con los árboles de la intemperie que desaparecen
en mis ojos, los que no tienen camino; con los pájaros que son 
ya recuerdos del viento.


Yo tampoco sé qué tierra es esta.



MI CASA, como el desierto, no tiene techo ni puerta, 
solo boca.

Mi casa, como la piedra, no posee vigas ni cimientos,
solo una mano empuñada la sostiene.

Esta casa la he construido quitando ladrillos y entregando 
mis huesos al vacío que resta.

La casa es oscura como mi voz en sus corredores.

Vivo en la casa que camino. La que acecho y me persigue 
como el gusano tras la carne enferma.

A cada grito se levanta; con cada silencio la destruyo.

De: Vida de nadie



En casa del fotógrafo

 a Socorro Quintero Dorado


Luego de cruzar el parque he llegado al zaguán del sueño, 
donde una limpia mañana de enero nos fuera tomada la foto 
que mi madre resguarda del viento.
Llevo tres años de correr el pueblo y me he puesto un 
pantalón a cuadros, calzonarias y botas vaqueras de hule roto.
Miro de sesgo, con recelo quizás, hacia el lado más lejano del 
aire blanco, y a oscuras ya de ese instante junto a la ventana.
Mi hermana de escasos meses, sonríe tanto, que el negro de 
sus ojos brilla aún en mitad del papel ajado.
Repaso tal hondura.
Porque sin nubes llegó el sol en cenizas a los párpados para 
oscurecer el aire, mas los pájaros cantaban y eran del cielo 
lo mirado.
Mariposa del día, menuda luz es la lluvia de un feroz 
amanecer en las manos.
La flor breve de la inmensidad pasa cerrando mis ojos, como 
el latido constelado del rayo.




De: Terral


La cabra


Como Umberto Saba, he hablado a una cabra.

Y como hoy yo mismo, estaba sola en el prado, atado, como 
ella también de noche, a un viejo lazo, haíto de hierba. 
Bañado por la lluvia, igual, balaba.

Ese su balido, como ahora el poema, era fraterno a mi dolor. 
Será porque yo hablé primero que la cabra entonces se acalló. 
Y porque el dolor es eterno, dice el poeta, tiene una sola voz y 
nunca cambia.


Mi voz escuché en el gemir de la cabra solitaria.



Muchacha del viento

La que pasa por el sol y no es sombra.

La que ninguna lluvia acalla
ni voz alguna escribe
porque es luz del canto.

Así su andar entre rincones,
bajo aleros altos de calles ausentes.

Por los hondos sembradíos, en que pasta el deseo,
la muchacha del viento florece.

En la distancia fugitiva de las nubes
la veo reposar, entre las piedras latir,
sobre la piel del agua donde abreva el aire.

Sus cabellos locos, como la risa, en mis torpes manos.

De: Siega